Yo no soy rico (y el temita de las objeciones)

—¿Por qué te gusto si yo no soy rico?

—No me interesa tu cartera, yo miro aquí— y le señalé el corazón.

Esta conversación se repitió unas 300 veces en los 2 meses escasos que salí con este ¿hombre?, por llamarlo de alguna manera. 

Hasta que me dejó.

Y a mí, durante un tiempo, me reconcomía esta pregunta...

¿Qué será que le ha hecho pensar que yo busco un hombre con dinero?

Y también pensaba...

Este pobre desgraciado no me ha conocido ni un mínimo para pensar una cosa así.


Pero la resolución del caso era tan simple que yo no era capaz de verla.

Este señoro no quería salir conmigo, pero como no era capaz de ser claro, de decir la verdad, intentaba, con esa pregunta absurda, que yo le dejase.

Su razonamiento, por llamarlo de alguna manera, debía de ser algo así:

Las mujeres buscan dinero, luego si yo le digo que soy un pobre desgraciado, no querrá seguir saliendo conmigo. Me dejará y así me ahorro el mal trago de dejarla yo.

Pero claro, como no se enteraba de lo que tenía delante, pues entramos en ese loop:

—¿Por qué te gusto si yo no soy rico?

—No me interesa tu cartera, yo miro aquí— y señalaba su corazón.

En serio, 300 veces.

O más.

¿Sabes cuál fue el detalle que se me pasó a mí?

Uno muy simple también.

Que las personas raramente decimos la verdad.

Sobre todo cuando se trata de rechazar a alguien.

O rechazar algo que nos ofrecen.

Preferimos decir bobadas como que no tenemos tiempo; o que no eres tú, soy yo; o que no tenemos dinero; o que se nos ha muerto el canario...

Cualquier cosa antes que rechazar a alguien a la cara o eso que nos ofrece.

¿Te suena de algo?

Sip.

Es lo que en el mundo de las ventas se conoce como objeciones y hay gente convencida de que hay que aprender a rebatirlas.

Pero, ¿sabes qué?

No, no hay que rebatir las objeciones.

Hay que hacer otra cosa: evitar que aparezcan.

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