¿Y si ha entrado alguien y está escondido...?

Hablemos del miedo.

Mira.

No soy muy miedosa, pero cuando me da, me da.

Vamos, que me paraliza. Me quedo como en el escondite inglés.

La última vez que me dio un ataque de pánico paralizante fue este verano en Cabo de Gata.

Estaba yo en mi hotelito tan a gustito. Dormía como una roca con la puerta de la terraza abierta.

Es probable que roncase como una princesa.

Cuando de repente...

¡ZAS! Me despierta un portazo.

Me levanto colocada de sueño, y veo que me había dejado la puerta de la habitación abierta.

La cierro sin darle importancia, voy al baño y vuelvo a la cama.

Y ahí empieza...

La paranoia, el run-run, la lavadora, el come-come.

¿Y si ha entrado alguien y está escondido en la ducha? Porque claro, he ido al baño a tientas y no he mirado en la ducha...

Y me acuerdo de aquella peli de una ciega que tiene un asesino metido en casa y no lo ve. Tú sí, pero ella no...

¡Señor del gran poder!, ¡me muero!

El corazón a mil, los miembros rígidos, los ojos como platos y la sábana blindada hasta la nariz (porque si tienes la sábana por encima no te va a pasar nada).

Claro, porque no se va a esconder en el baño de tu habitación a esas horas alguien que se ha equivocado de puerta. Lo más probable es que sea el asesino en serie más peligroso del condado que se ha escapado del manicomio...

Condado no, provincia, que no estamos en una peli americana, aunque lo parezca.

Bueno.

No sé de dónde saqué el coraje.

Creo que pensé... si me va a despellejar que lo haga ya, acabemos con esto.

Me levanté, fui al baño, encendí la luz, me asomé detrás del muro de la ducha...

Diossss...

Y ahí estaba.

Cogió el cuchillo y...

untó la mantequilla.


Que no hombre, que no había nadie.

Pero ese final lo tenía que meter, era de una historia que me contaba mi hermana Sara cuando éramos pequeñas.

Pues nada, eso.

Que me gusta contar historias y para vender funcionan muy bien.

Sobre todo en los emails.

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