Puerta abierta, nadie en casa

La otra noche volví a casa y me encontré la puerta abierta.

No me refiero a que la puerta no estaba cerrada.

No era eso.

Me refiero a que la puerta estaba abierta de par en par y la luz apagada.

Vaya...

Tragué saliva y entré diciendo:

Holi

¡Holi!

¡¡Hooooliiiii!!

¡¡¡¡Holi, hoooooliiiiiiiiiii!!!


Nada.

La puerta abierta y nadie en casa.

El ordenador de una compi en el salón, el mío en su sitio...

Aparentemente todo en orden.

Pero me entró el canguelo y salí al descansillo.

Justo subía una amiga vecina en el ascensor y le pedí ayuda.

Ella se armó con una esterilla de yoga, arma contundente donde las haya, y entramos de nuevo en la casa revisando todas las habitaciones y mirando detrás de todas las puertas.

¡¿¿Hay alguien ahí??!


Bien.

Nos quedaba una puerta por abrir.

Una puerta estrecha, que da a una escalera estrecha, que da a una especie de desván...

Que da un poco de miedo en esas circunstancias.

Pues bien.

Según estoy abriendo la puerta, se apaga la luz.

Que no se apagó por nada, es que la luz del pasillo se apaga en automático después de unos minutos.

La escena fue la siguiente.

Se apaga la luz, yo cierro la puerta de la escalera de golpe, pego un respingo y un grito, mi amiga grita también y salimos corriendo espantadas al salón.

Nos miramos y nos morimos de la risa.

Menudo ataque de pánico nos entró.

Y es que el miedo es irracional.

A nosotras nos hizo pegar un respingo y correr asustadas como conejillas.

A otros les hace sacar la tarjeta de crédito.

Por eso es fundamental que conozcas los miedos de tu cliente potencial y los utilices, siempre sutilmente y sin abusar, para llevarles donde tú quieras que vayan.

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